Opinión: Huchi Lora





Guido Gómez Mazara 

Más de 50 años de actividad periodística y una versatilidad inigualable

En la tradición democrática que se abrió paso en el país desde el mismo proceso de ascenso al poder de Joaquín Balaguer, el ejercicio de la actividad periodística, con enorme sentido de responsabilidad y apego a la verdad, implicaba terribles consecuencias.

Por eso, toda una generación arriesgó su vida, salió al exilio y eran sometidos a toda clase de excesos propios de un poder intolerante frente a los cuestionamientos de una sociedad que reclamaba justicia.

La sangre de excelsos hombres de la prensa sirvió para allanar el camino de un sistema político, imperfecto y sediento de mejorías.

Posiblemente, las nuevas generaciones desconozcan las razones de los asesinatos de Orlando Martínez y Gregorio García Castro, pero es justo recordar que aquella sangre sirvió en la toma de conciencia de un poder capaz de no exhibir sentido del límite en su actuación.

Hoy en el ámbito del relato y la justa interpretación de los sacrificios resulta fundamental un pase de balance para que nos mantengamos alerta ante cualquier manifestación de retroceso y/o desconsideración a categorías de respetabilidad ganadas como resultado de conductas impolutas.

Sin percibirlo ni hacer una lectura sociológica del proceso, nos sorprendió todo un ordenamiento de democratización y apertura de los medios, sumados en el orden de redes sociales que redujo la calidad y los contenidos, dando paso a la disminución de destrezas y competencias del producto comunicacional.

Aquí, en nombre del libre acceso, los programas radiales y televisivos se percibe una cualquierización de la opinión que, se torno bastante rentable para la nómina pública, en la medida que sus propaladores por excelencia transformaron su rol de cuestionadores del poder por alabarderos impúdicos.

Y así en toda la lógica de estimular tantos valores invertidos, la prensa crítica se tornaba molestosa y con los años la ciudadanía pudo convencerse de las maniobras categorizando de bocinas al club de vocingleros de la verdad oficial.

Trataron de aplastarlos y colocarlos en una esquina, en la intención de reducir el grado de conexión con la nueva realidad. Inclusive, su grado de respetabilidad no guardaba proporción con un ejercicio gubernamental distinguido por cercar e intentar desconsiderar las voces molestosas a golpe de no respaldarlos publicitariamente.

Ya no era necesario asesinarlos ni mandarlos al exilio, ahora el club de furiosos y adictos al erario, ejercía de correa de transmisión para el dicterio y la calumnia.

Por eso, desplazados del poder y con un torrente inagotable de recursos habilitan su tropa en un combate políticamente legítimo, pero errado en el entendimiento de que las voces disidentes en el marco de la campaña serán los sustitutos de sus diabluras y beneficios. ¿Juzgando por su condición?  

Invocando la nostalgia de tiempos en que la calidad garantizaba niveles de respetabilidad, la prensa de Rafael Herrera, Germán Ornes, Freddy Gatón Arce, Robles Toledano, Gómez Pepín, Juan José Ayuso, siempre será un referente esencial en el entendimiento del derrumbe actual. Sin importar los tintes ideológicos o las causas que defendían, allí el talento estructuraba en el lector un aprendizaje de la realidad social.

Desde aquella tradición de calidad incuestionable, llegó del Cibao acompañado de los antecedentes que marcan: el poeta, su padre Manuel Armando Lora y la educadora y madre, Altagracia Iglesias.

Luis Eduardo Lora, es Huchi. Más de medio siglo de actividad periodística y una versatilidad inigualable porque desde la fascinación por las décimas, su contribución con el cine histórico, el rescate de la música típica, la entrevista sin complacencias y excelentes composiciones, revelan su trascendencia.

Desafortunadamente, desde el lodazal de almas genéticamente degradadas no se puede ni podrá reducir su dimensión de hombre bueno y digno del respeto de la ciudadanía.   

¡Gracias a Dios, águila no caza mosca!

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